Todo empezó en mi terraza, cada primavera evocaba a Bécquer con su "Volverán las oscuras golondrinas..." y me alucinaba comprobar como entraban a sus pequeños nidos así como su sonido al pasar a toda velocidad muy cerca de mi terraza. Más tarde, en una revista infantil de mis hijos descubrí que lo que yo consideraba golondrinas, eran vencejos. Esto despertó más mi interés.
Soy muy afortunada de vivir a pasos de una gran arboleda y volví a fijarme en otra especie cuando mi madre se quedo admirada de tener abubillas a las que no había vuelto a ver tan de cerca desde que se fue de su lugar de nacimiento.
Llegó la pandemia y la terraza era el lugar donde sentías un poquito de libertad y desahogo. Aplaudías con los vecinos y cuando atardecía veía regresar a una cigueña de no sé donde, pero me resultaba gracioso verla pasar cada día a la misma hora. Ella sin reloj daba la sensación que volvía a su casa después de una jornada de trabajo.
En estas pausas en la terraza me dí cuenta que las palomas en el cielo tienen otra gracia que no descubres cuando las observas en el suelo. Su vuelo con piruetas desde el alto de los tejados me parecía que era un grito de "Mira lo que puedo hacer y tú no, humana"
En esta pasión por mirar al cielo descubrí un pájaro del siguiente nivel, parecía un águila. Después de fijarme en su cola descubrí que no, que ellas tienen la cola redonda y que lo que admiraba era un milano.
Y poco a poco, cuando salía con Coco empecé a fijarme en más cosas. Fui consciente de que si madrugas el silencio de los que todavía están durmiendo hace que puedas disfrutar más del trino de los pájaros y que en la quietud puedas descubrir otros pájaros que no esperabas encontrar. Como un carpintero de nombre Pito real, que cuando abre sus alas para volar te sorprende con su color fosforito apagado en la espalda.
De esta forma me vine arriba y en mis paseos pude llegar a emocionarme mientras buscaba el origen de un piar entre los árboles para descubrir que tenía que mirar más abajo a un mirlo que lo hacía apoyado en la hierba. Pero la sorpresa fue mayúscula cuando siguiendo al milano comprobé que había llegado una nueva especie para mi observación, ahora sí, un águila. Oh, esto ya son palabras mayores.
De pequeña nunca tuve una emoción especial por las aves pero creo que hacerme mayor me ha hecho disfrutar más de lo cotidiano y Coco me ha hecho tomar calma y disfrutar del camino.
Y tú, ¿eres consciente de todo lo que te rodea?
María P.